"Hemos venido para quedarnos", Miguel del Pozo, entrenador

 La ciudad también es del corredor. Siempre fue de peatones, ciclistas y coches.
Ahora, además, también es de esos peatones tan especiales que son los corredores. Imprescindible… La reflexión que comparte con nosotros Miguel del Pozo, nuestro entrenador de atletas populares de cabecera:

«Hemos venido para quedarnos». Por Miguel del Pozo.


El autor, de entreno, en París.

Desde hace generaciones, los habitantes de grandes ciudades tenemos totalmente asumidas las normas de convivencia de peatones y vehículos a motor. Zonas de tránsito muy diferenciadas, y zonas de intersección totalmente reguladas. Como el agua y el aceite, a veces nos juntamos, pero nunca nos mezclamos.

Al incorporarse nuevos elementos a la ecuación, comienzan los conflictos. Primero fueron las bicicletas, que han pasado de tener función puramente lúdica (y alejada del meollo urbano) a convertirse en un medio de transporte diario para cada vez más gente. Los ciclistas van abriéndose camino en la jungla del asfalto, entre conductores reticentes a compartir aún más un espacio ya de por sí muy saturado, y una alarmante falta de educación vial que aumenta el riesgo de accidentes, y de llevarse injustificadamente gritos de peatones o bocinazos de conductores.

Por si fuera poco, entramos en escena los corredores. Cuando éramos una exótica minoría, nos hacíamos fuertes en parques o pistas de atletismo, como si fuesen pequeñas aldeas de Astérix durante la invasión romana. Llegar de casa a la aldea era una odisea furtiva en la que chascarrillos como “¿dónde vas con tanta prisa?” o “¿por qué corres, si no te persigue nadie?” nos dejaban bien claro que éramos unos bichos raros.

Paradójicamente, esa misma ciudad hostil es un caldo de cultivo perfecto para la expansión de la afición a correr. Una actividad que no requiere mucho tiempo, ni cuadrar necesariamente horarios con otros, ni un gran desembolso económico, y que ofrece resultados objetivos casi de inmediato, parece hecha a la medida del urbanita.

Y las aldeas se quedaron pequeñas. Y los caminos a las aldeas, también. Y los corredores no dejamos de ser peatones, pero somos peatones que transitamos a 10 o 15 kilómetros por hora, y que no nos encontramos cómodos con las normas de circulación hechas para peatones. Y para un corredor que va pendiente del cronómetro, un semáforo tiene la misma validez legal que para un repartidor de pizzas que cobra en función de las entregas que haga.

Si los ciclistas tenían el problema del desconocimiento de la normativa vial, los corredores directamente vivimos al margen de dicha normativa. Como cuando éramos los galos, pero mucho más crecidos porque ahora somos una legión romana. Ahora para un peatón corriente no es suficiente con mirar hacia los dos lados al cruzar la calle, también parece que hay que hacerlo al salir del portal. En cualquier momento y lugar puede aparecer un corredor, el nuevo depredador de las aceras.

He participado en muchos eventos para corredores organizados en el centro de Madrid por cierta marca deportiva que también organiza cierta famosa carrera de fin de año. Y el placer de participar en ellos es casi tan grande como la sorpresa por ver que nunca ha pasado nada realmente grave. Con la adrenalina del momento y los reflejos mermados por el esfuerzo, ves como algo normal cruzar los seis carriles de la Gran Vía a ritmo de rodaje rápido, o atravesar Callao esquivando aglomeraciones de gente que camina en todas direcciones.

¿Correr en Lisboa? Un lujo.

Y aún más sorprendente es ver que los agentes de policía no te dicen nada, solo te miran pasar como las vacas al tren. Saben que lo estás haciendo mal pero… ¿qué van a hacer, quitarte cuatro puntos por cruzar en rojo, o seis por conducción temeraria entre bolsas de la compra? Está bien, mejor no tiento a la suerte, que algunas de estas ideas se están rumiando en los despachos…

Es ahí donde tenemos que hacer uso del sentido común. Ser la legión romana no nos da derecho a arrasar o apropiarnos de todo lo que nos encontremos en el camino. Por respeto a los demás, y sobre todo, por nuestra propia integridad, que la ropa técnica es muy ligera y cómoda, pero como carrocería deja mucho que desear.

Hay pequeñas adaptaciones que podemos hacer para minimizar riesgos y conflictos. Por ejemplo, evitar correr por zonas masificadas, planear cuál es el camino más seguro hasta llegar a nuestra ‘aldea’, o intentar atenernos a la normativa de los peatones. Sí, un corredor cuando se encuentra con un semáforo en rojo es como un perrillo que espera que le abran la puerta de la calle, dando pequeños saltitos mientras piensa “venga, venga, venga, venga…”, pero siempre será mejor esperar unos segundos que arriesgarse a sufrir un atropello.

No me quería olvidar de una actividad muy recomendable al visitar otras ciudades, y es la de calzarse las zapatillas, ponerse ropa cómoda, una mochila ligera con lo básico, un plano guía… y conocer la ciudad corriendo. Tú pasas a ser tu propio autobús turístico. En un viaje a menudo es imposible encontrar un rato para entrenar, y de esta forma conseguimos integrarlo. Obviamente, cada ciudad tiene sus propias peculiaridades. Que a nadie se le ocurra cruzar alegremente corriendo cualquier calle de Roma, porque lo más probable es que acabe montado encima de una Vespa. Ciudades con avenidas amplias y mucha distancia entre puntos de interés como París o Berlín, o las que se extienden a lo largo de un gran río como Lisboa o Budapest, son perfectas para este tipo de planes.

En resumen, acabamos de aparecer en el mapa urbano, y hemos venido para quedarnos. Nos interesa llevarnos bien con nuestros vecinos, para que no nos vean como un peligro sino como un elemento más de la ciudad. Tenemos nuestros parques (en Madrid no nos podemos quejar), nuestras pistas de atletismo (vale, en Madrid sí nos podemos quejar, y mucho), nuestros carriles-bici (con los ciclistas solemos convivir muy bien, probablemente por empatía), y hasta nos cortan el centro de las ciudades los fines de semana para participar en carreras. Teniendo en cuenta lo cotizado que está el metro cuadrado, pienso que tenemos un espacio de actividad suficiente. Por no hablar de lo que se abre el abanico si dejamos el centro y nos vamos a la periferia, al campo, o a la montaña.

Miguel del Pozo es
Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte,
corredor popular del Club Atletismo Suanzes, entrenador de la
escuela de atletismo de Palomeras y empleado de Bosch.



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miguel.dpa@gmail.com